miércoles, 30 de noviembre de 2011

El ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero

Ya parece alguien que nos dejó hace mucho tiempo pero nos ha gobernado por espacio de casi siete años y medio, que acabaron casi ayer mismo. Ahora que se encuentra completamente defenestrado sería fácil sentenciar cómo recordará la historia a José Luis Rodríguez Zapatero, el gobernante. Su segunda legislatura se lo ha llevado por delante sin átomo de piedad, y seguro que será para muchos la que determine si ha sido o no un buen presidente.

Es cierto que las dos legislaturas presididas por Zapatero han estado lastradas por carecer de mayoría absoluta, lo que le ha restado margen de maniobra y la facultad de llevar a cabo las políticas que, quizá, más le pedía el cuerpo. Ha tenido que pactar y llevarse bien con fuerzas parlamentarias poco afines, y para ello probablemente ha tenido que ceder en no pocas facetas y renunciar a unas cosas para consolidar otras.

En lo relativo a la crisis, evidentemente no es lo mismo tomar medidas antisociales por principio que ponerlas en práctica forzado por las circunstancias, siendo que su política ha sido de signo contrario mientras la economía le ha sonreído. Este es un razonamiento necesario si queremos ser justos con el personaje pero que tiene una doble lectura. ZP orientó su política hacia lo social mientras pudo disfrutar de superávit en las cuentas públicas pero si ha acabado echado al monte de lo que llaman neoliberalismo, aunque haya sido contra su voluntad, algo nos estará diciendo sobre la calidad de su gestión. Y pienso que no es bueno.

No creo que la solvencia de un gobernante deba juzgarse solo cuando la inercia económica le favorece. Es en las situaciones difíciles cuando debe aflorar el talento y la facultad para resolver los problemas, y Zapatero no solo fue incapaz de anticiparse a la crisis sino que se vio engullido por ella. De ahí que hasta cuatro millones de electores no hayan tenido remilgos en retirarle el voto (no nos engañemos: Rubalcaba no ha sido a quien los votantes han castigado en las urnas) a alguien de tan demostrada incapacidad, aún al precio de ver el mapa de España teñido del azul popular.

Hay una máxima que debemos tener clara: nadie puede sobrevivir eternamente ingresando menos de lo que gasta. Cuando un país no ingresa lo suficiente con la producción propia para cubrir gastos se ve impelido a pedir dinero prestado para invertir y seguir produciendo. Si la situación se prolonga, el desequilibrio entre lo que hay en caja y lo que se debe a los prestamistas es cada vez mayor: eso es el déficit. Dado que nadie presta dinero sin recibir un interés a cambio, siempre se va a deber cada vez más dinero del que se pide, con lo que la deuda aumenta, y con ella el déficit.

España es hoy un país terriblemente endeudado gracias a la irresponsabilidad de quien la ha estado gobernando durante toda la pasada década, y Zapatero lo ha hecho durante la mayor parte de ese tiempo. Se dejó llevar por el impulso de la burbuja inmobiliaria sin tener ningún plan alternativo en caso de que ésta explotase. Solo cuando se empezaron a vislumbrar las consecuencias del pinchazo inmobiliario hizo algún gesto con vistas a cambiar el modelo de crecimiento, pero nada que pudera paliar el desastre que se avecinaba.

El cortoplacismo ha sido el santo y seña de Zapatero en su vida como gobernante, ya fuere por propia acción o por acción impuesta. Sus últimos estertores le han terminado de cavar la fosa de la mediocridad en la que yacerá a partir de ahora. A partir de él será muy difícil poder confiar en otro líder político que se presente como esperanza de renovación. Eso será algo que le tenga que agradecer quien pretenda sucederle.

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