domingo, 31 de mayo de 2015

La pitada al himno como detector de demócratas

Harto, cansado, hastiado estoy ya del himno, de la bandera y de las polémicas que suscitan. El sábado, de nuevo la bronca en forma de pitos contra el himno nacional previo a un partido de fútbol. Esto provocó que la red se poblara de humillados y ofendidos por la actitud de las aficiones vasca y catalana, como si les acabaran de asaltar la cuenta corriente o les hubieran violado un hijo. Los españoles, como siempre, ocupando su mente con las cosas que de verdad importan en su día a día.

Yo soy español, aunque me pese a veces y en muchas ocasiones me avergüence de ello. Pero no odio mi país, ni siento un rechazo atávico hacia él. Soy consciente de las cosas buenas que tiene y también de las malas. Como me considero una persona crítica quizá tenga tendencia a resaltar más las malas, pero también porque no encuentro a mi alrededor ese grado de opinión algo más solemne y elaborado. En su lugar suelo encontrar complacencia y la clásica benevolencia hacia lo propio del falso patriota, por lo que tengo la necesidad de contrapesar esa falta de análisis profundo.

En este país llevamos poco de democracia, aunque nos parezca que desde 1975 ha transcurrido un mundo. Es por eso que el derecho a la libertad de expresión no se encuentra tan firmemente arraigado como sería deseable. No se tolera igual si son nuestras ideas o sentimientos los situados en su punto de mira. Podrá opinarse que el himno y la bandera son símbolos que nos representan a todos, y que manifestarse en su contra es ofender a todo un país, pero esto no es más que una interpretación tan válida como su contraria.

La pitada del sábado al himno me trae bastante sin cuidado porque no me siento con la obligación de exudar españolidad a cada instante, aunque no por ello piense que fuera algo bonito o decoroso. Además, pienso que la libertad de elegir lo que queremos pensar es intocable y no debe estar sujeta al albedrío ajeno. Si alguien quiere mostrar su disconformidad con una tonadilla ¿qué daño hace silbándola? ¿Daño al país? ¿De verdad que si miramos hacia atrás esto es lo que peor imagen ha trasmitido de España en los últimos años?

La libertad de expresión no se toca, salvo si es para amenazar o difamar. Es decir, la libertad de uno acaba donde comienza la del vecino. No es difícil de entender. Porque si entramos en en terreno de los sentimientos nos podemos poner muy pejigueros con no pocas cosas. No se pueden legislar los sentimientos, son muchos, muy variados y muy personales. Entran en el terreno de las ideas, y las disposiciones legales sobre las ideas son propias de dictaduras.

Podemos decir que la pitada de la otra noche fue un estupendo evento para diferenciar demócratas de boquilla de los reales. Un verdadero demócrata, cuando se produce un hecho que no le gusta, aunque le hiera hondo, siempre que no le ataque objetivamente en lo personal (se ponga en duda su honorabilidad o su seguridad, por ejemplo), no tiene otra que aguantarse y encajar el golpe con deportividad. Lo otro es vivir la democracia con pesar, mal llevándola y con pulsiones nada saludables que se desatan cuando determinados acontecimientos siguen designios contrarios a sus prioridades e intereses.

¿Cuántos de los unos y de los otros hemos encontrado a nuestro alrededor desde la noche del sábado?




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