martes, 5 de mayo de 2015

Las reglas son para respetarlas, también en el catolicismo

[Foto: comuniones.com]
Hay cosas que no dejan de sorprenderme pese a que ya lo hemos visto todo en lo relativo a la religión y a sus costumbres. Resulta que una señora se queja de que le hayan prohibido tomar la comunión el día en que su retoño entraba oficialmente en la Iglesia a través del rito conocido como, precisamente, "primera comunión". El motivo es que la buena señora es divorciada, y en una circular de la parroquia se comunicaba que, entre otras cosas, no era posible dar la comunión a divorciados por su situación "irregular" ante los ojos de la Santa Madre Iglesia.

Pueden leer la circular aquí.

El caso es que esta señora, presa de una sutil indignación, pergeñó un escrito en el que denuncia, no sin cierta ironía, el impedimento de cumplir con el susodicho rito católico debido a lo irregular de su situación marital, sin que ello sea obstáculo para que su dinero sea tan bueno como el que más cuando de engordar el cepillo parroquial se trata.

Aquí tienen la respuesta.

Y aquí es donde me invade el desconcierto. Es de suponer que esta mujer se sienta dentro de la Iglesia y en su círculo de influencia, de ahí que su hijo vaya a hacer la primera comunión. Si esto es así entonces no debería escapársele que todo club privado, al igual que cualquier secta que se precie, se rige por una reglas de obligado cumplimiento. ¿Que los divorciados están mal vistos? Pues oiga, no tiene que gustarle, igual que si le prohíben la entrada a la discoteca con calcetines blancos. Puede parecer estúpido pero las reglas están para cumplirlas. Es su club y se lo follan como quieren, y si no le agrada ya sabe donde está la puerta.

Pero esta señora pretendía seguir con su normal vida católica tras haber quebrantado un principio básico en el catolicismo: los matrimonios solo los separa la muerte. Considerarse miembro de una secta para, cuando conviene, contravenir sus reglas no es muy serio, admitámoslo. Lo más normal es que si ya no comulgas con preceptos básicos de la comunidad cerrada a la que perteneces la abandones. Muy al contrario, la ofendida y divorciada mamá pretendía llevar a su hijo por la misma senda que ella había traicionado, haciéndose la longuis sin esperar consecuencias.

Para culminar el despropósito, esta prenda se las ha apañado para que su caso aterrice en las siempre permeables redes sociales, comenzando a alcanzar cierta repercusión. E incluso que sea presentada como una especie de luchadora por la libertad de conciencia en grupos ateos. ¡Pero si estaba dispuesta -en su carta no consta que cambiara de parecer- a que su hijo, un menor aún sin criterio sobre estas cosas, entrara de cabeza en la misma Iglesia que la rechaza a ella por su condición de divorciada!

¿Qué podemos extraer de esta historia? Básicamente, que muchos de quienes hoy por hoy se definen católicos lo son por puro arrastre, por presión social o por simple hábito. Que esta mujer muestre sorpresa ante el instinto de rapiña católico habla mucho del poco conocimiento que tiene de esta secta. Y que no hay catolicismo light, lo que hay es lo que hay, y lo tomas o lo dejas. Sorprenderse de que se te apliquen las reglas del club al que voluntariamente decides adherirte no debería ser, en modo alguno, motivo de protesta ni indignación. Esta señora y su historia me no levantan ni un átomo de empatía, ambos me resultan absolutamente indiferentes salvo para la redacción de este post. Como ateo no me merece ningún reconocimiento y como ente intelectual tampoco encuentro en su proceder nada defendible.

Es más, esta muestra de desprecio, que no es otra cosa, de la Iglesia Católica por boca de su párroco le está bien empleada por varias cosas: 1) por considerar tan importante una insípida oblea de harina de trigo; 2) por dirigir a un menor influenciable y sin capacidad de discernir por un camino que quizá no es el suyo; 3) por carecer de la sensatez y el pundonor necesarios para abandonar un lugar en el que te declaran persona non grata; y 4) por pretender ganarse las simpatías ajenas publicitando su desatino como si de un ejercicio de dignidad se tratase.

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